La economía se basa en las expectativas de la gente: lo que esperamos, lo que deseamos y lo que tememos que ocurrirá. Es decir, pura psicología individual y colectiva. No es de extrañar que el Premio Nobel de Economía de 2002 recayera en un psicólogo, Daniel Kahneman, por "haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre".
Si ha leído mi anterior artículo -Psicología para economistas- me habrá seguido en la tesis acerca de cómo el sistema no se autorregula de forma gradual sino que actúa irracionalmente en condiciones anormales del mercado.
En 1979 publicó su Teoría Prospectiva junto con Amos Tversky para explicar lo irracional de las decisiones económicas. Mediante experimentos demostró que, en situaciones de incertidumbre, las personas toman decisiones no racionales, con sesgos sistemáticos en la valoración de la probabilidad, avalando las concepciones de Keynes en su crítica a la teoría del comportamiento racional del "homo economicus".
Así, las personas muestran mayor "aversión a la pérdida" que deseo de ganancia, de modo que se produce una asimetría en la toma de decisiones. El "efecto certidumbre" conduce a las personas a evitar el riesgo en elecciones que implican ganancias seguras y a preferirlo en elecciones que implican pérdidas seguras. Además existen inconsistencias en la elección en función del orden en que se presenten las opciones.
La aversión al riesgo explica muchos comportamientos irracionales, como la persistencia en seguir apostando por aquello en lo que se ha invertido mucho dinero, tiempo o energía. De lo contrario, se estaría aceptando el fracaso. La percepción es selectiva: no vemos aquello que no queremos ver. Admitir un error nos causa la sensación dolorosa de la pérdida. En el caso de la Bolsa, una parte de los inversores mantienen sus posiciones hasta que llega un momento en que no pueden asumir más pérdidas y capitulan, vendiendo en masa arrastrados por el pánico.
La probabilidad de sucesos extremos es demasiado baja como para evaluarla intuitivamente, por lo que los riesgos asociados no suelen tenerse en cuenta. Eso explica, por ejemplo, por qué yo no renuevo mis seguros de vida. Nassim Nicholas Taleb nos advierte sobre la factibilidad de lo altamente improbable en su libro El Cisne Negro. Precisamente esta idea ha hecho ganar al fondo que asesora entre el 65% y el 115% durante el mes de octubre, al apostar por el desplome de los mercados. Por el contrario, la sobreestimación de las probabilidades muy bajas explica el éxito de los seguros y también el atractivo que para muchas personas tienen los juegos de azar.
Otro descubrimiento de la psicología de la toma de decisiones es que la gente prefiere poco hoy que mucho mañana, mientras que entre poco dentro de 30 días y mucho dentro de 31, optan por la segunda opción. Las decisiones a corto plazo no siguen las pautas de las de largo plazo.
Kahneman, en su discurso de aceptación del Nobel, dice: "El largo plazo no es donde se vive la vida. La utilidad no puede ser separada de la emoción, y las emociones se despiertan en los cambios". Así, cuando planificamos, tenemos en cuenta la previsible satisfacción que nos reportará un determinado acto en el futuro, pero cuando llega el momento, la satisfacción experimentada no coincide con la anticipada. El comportamiento no está guiado por los cálculos previos, sino por lo que percibimos y sentimos en el momento en que tomamos la decisión.
Eso nos pasa, por ejemplo, cuando planificamos en nuestra agenda acudir a actos, conferencias y otros eventos. Cuando llega el día y la hora, muchas veces decidimos no asistir, porque en ese momento el atractivo del evento compite con el atractivo o la importancia de la alternativa y también con el cansancio que tenemos.
Un profesor de economía dio una charla sobre este tema en una importante Escuela de Negocios. Con bastantes datos numéricos explicaba algunos comportamientos y preferencias "extrañas" que no me resistí a trasladar a los asistentes en términos psicológicos: postergar, resistir los impulsos o diferir la gratificación. Al terminar, en un aparte para no ponerle en un compromiso, le pregunté qué aplicaciones podrían derivarse para tomar decisiones más efectivas. Me dijo que él se incluía en su agenda un evento por mes y luego iba pasase lo que pasase. Aunque por tacto no se lo dije, me pareció una manera muy rígida de encarar la vida.
Este tipo de decisiones, en su extremada racionalidad, no muestran verdadera "inteligencia emocional", pues no maximizan la satisfacción y emociones positivas en el presente, que es una base importante para la felicidad, como prueban las investigaciones del prestigioso psicólogo Martin Seligman, fundador de la Psicología Positiva.[2]
Proximamente podrá leer el final de este artículo: De mercados perfecto a tormentas perfectas
*Beatriz Valderrama es Socia Directora de Alta Capacidad (www.altacapacidad.com), Licenciada en Psicología y PDG del IESE.
*El artículo fue originariamente publicado en Capital Humano.
[1] Kahneman, Daniel, and Amos Tversky (1979) "Prospect Theory: An Analysis of Decision under Risk", Econometrica, XVLII (1979), 263-291.
[2] Seligman, M.E.P. (2002). La auténtica felicidad. Vergara, 2003
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