Hace unos días participé en una investigación sobre la perspectiva con la cual las mujeres de más de cincuenta años veían esta etapa de su vida, frente a nuevos desafíos. El nombre de la investigación es “Edad de Posibilidades” (“Age of Possibilities”-Kathleen Holland-2019) y aportamos nuestra experiencia 30 mujeres de diferentes países.
La investigación se centraba en diferentes categorías. Desde qué posibilidades creemos tener para realizar cosas que impacten en el mundo, hasta nuestras nuevas oportunidades frente a las relaciones, el tiempo y el cuidado del cuerpo.
Recorrimos exitosamente unos 20 centímetros, esos que separan nuestro cerebro de nuestro corazón,
No me sorprendió encontrar que el mayor porcentaje de interés se focalizó en “realizar un impacto positivo en el mundo” junto a “lograr bienestar emocional”, “un sentido de propósito” y el “actuar con sentido de comunidad”.
Madurez y armonía
Y no me sorprendió, no solo porque yo coincido con estas categorías sino porque creo fervientemente que después de los 50 se produce en nosotras un cambio. Se trata del resultado de la alquimia de aprender de nuestras propias vivencias, recopilar experiencia y conseguir apaciguar las emociones sin que sufran claudicaciones ni resulten “desteñidas”. Recorrimos exitosamente unos 20 centímetros, esos que separan nuestro cerebro de nuestro corazón, logramos que funcionen armoniosamente en nuestras reflexiones y, a partir de allí, en todo lo que hacemos. ¿Madurez? Es posible. Finalmente…
Creo que las que hoy tenemos más de cincuenta estamos inaugurando una nueva madurez. No hace tanto (y en algunos lugares aún persiste) una mujer de esas edades era “mayor”. Digo inaugurando porque no son pocas las que hoy en día cuentan estos y más años y lucen juveniles, emprendedoras, plenas de nuevas posibilidades. Me cuento entre ellas.
Sin miedo a recomenzar
No me asusta encarar nuevos proyectos. Incluso salirme de mi espacio de confort para volver a estudiar o experimentar actividades que implican esfuerzo físico. Me siento joven. Una joven con recorrido suficiente para contar en su haber múltiples experiencias personales, profesionales y varios etcéteras. El único problema que tengo con la juventud de mi edad, es que el resto del mundo no lo sabe. O prefiere no darse cuenta.
El único problema que tengo con la juventud de mi edad, es que el resto del mundo no lo sabe.
Vivimos tiempos en los cuales discutimos la inclusión, la diversidad, la integración y las inteligencias múltiples. Por algo será, diría el perspicaz Lacan, por algo será que debemos hablar tanto sobre estos temas…
De qué hablamos cuando decimos “inclusión”
Creo que cuando se habla de inclusión se nombra a las personas con capacidades diferentes. ¿No es natural que la humanidad persista en mostrarse rebelde frente a lo homogéneo? Discutimos la diversidad y también aquí creo que el término suele reducirse a las cuestiones de género y/o de identidades sexuales. Difícilmente encontramos espacios donde la diversidad abarque las edades de las personas.
Pertenezco a varias redes que crean oportunidades de encuentro entre mujeres de distintos ámbitos, consideradas líderes en su campo, con mujeres que se están iniciando en sus carreras o emprendimientos o trabajando para llevar adelante un sueño. Mujeres diversas, convocadas por la apreciación positiva de lo diverso y la valorización de la experiencia.
Difícilmente encontramos espacios donde la diversidad abarque las edades de las personas.
Compruebo una y otra vez, en diferentes países y contextos, que estos encuentros producen cambios maravillosos en las participantes. Son espacios que comienzan con un clima de “y aquí qué pasará” y terminan con uno de “me felicito por haber venido”. Siempre. Siempre producen alegría y magia.
Las mujeres y la invisibilidad de la edad
Estoy convencida de que la magia se produce cuando convocamos a las mujeres desde un lugar de enorme valoración de su situación existencial. Y eso es independientemente de la edad que tengan o, mejor dicho, considerando a un precio bien alto el valor de la experiencia de cada una. Valoración que incluye las buenas y las malas experiencias. Porque han significado aprendizaje y la certeza de que ambas son valiosas y se tornan vitales cuando son honesta y generosamente compartidas.
Bregar por la diversidad de edades, entre las otras muchas, se transformó en uno de mis principios. Lo hago siempre, en todas las actividades que organizo y las consultas que respondo.
Es una fuerza que me anima a seguir trabajando por impactar en positivo. Tal vez se trate de un principio egocéntrico: tengo más de 50 y a veces siento que me torno invisible. Y no lo quiero. Creo que la edad de las nuevas posibilidades es cualquier edad. O mejor dicho, todas son edades de nuevas posibilidades. Incluso ésta.