Cuando la ciencia sirve

Hace poco conocimos la crónica del camino recorrido por un grupo de gente muy convencida de que debían encontrar una respuesta a su preocupación y que sólo la ciencia podía satisfacer su necesidad. Esta es la historia de cómo las Abuelas de Plaza de Mayo lucharon por conseguir que se pudiese demostrar, más allá de toda duda, la relación de filiación entre un joven y sus abuelos.

La historia comienza una mañana de 1979, cuando las Abuelas leyeron, en el diario El Día, de La Plata -capital de la provincia de Buenos Aires, en la Argentina- "una noticia que las llenó de esperanza: Un hombre que negaba su paternidad fue sometido a un examen de sangre comparativo al del presunto hijo y resultó ser el padre. Ahí se nos prendió la lamparita y se nos ocurrió la idea de utilizar la genética para identificar a nuestros nietos" recuerda Estela Carlotto, actual presidenta de la institución.

Rosa Roisinblit y María Isabel Chorobik de Mariani -otras dos abuelas- agregan: "Si una persona dice ‘este chico no es mi hijo’, con sacarle sangre a esa persona y al chico, se entrecruzan y se sabe si es o no es. Eso se llama ‘filiación’. Pero lo nuestro era que los papás estaban desaparecidos. Por eso fuimos a preguntar cómo podíamos hacer". ¿Serviría la sangre de las abuelas?
Era tanto el fervor de las abuelas por llegar a una respuesta que poco después ya se habían puesto al tanto del tema de las técnicas de identificación y empezaron a recorrer el mundo, entrevistando a los mejores especialistas en el tema.

En 1980 visitaron al doctor Arnault Tzanck, en el Hospital de la Pitié, en París, y a otros importantes hematólogos. La pregunta era siempre la misma: "¿Existe un elemento constitutivo de la sangre que sólo aparece en personas pertenecientes a la misma familia?". Tzanck llamó a diferentes expertos en genética, sangre o transfusiones, pero ninguno encontraba la respuesta: los profesionales se quedaron muy molestos por no haber podido averiguar lo que las Abuelas pedían.

En 1982 las Abuelas hicieron una gira por doce países, pero tampoco encontraron soluciones concretas. A fines de ese año viajaron a Washington, donde una argentina -quien ya estaba enterada de que las Abuelas buscaban algún método genético para identificar a sus nietos- les pasó el teléfono de Víctor Penchaszadeh, un médico argentino que vivía en Nueva York.
Víctor les explicó que la ciencia podía tener la respuesta pero que, para pasar de la posibilidad a la realidad, había mucho que investigar, porque la de los niños desaparecidos era una situación inédita en el mundo. Él mismo cuenta: "Les dije que había posibilidades de estudiar los parentescos usando productos génicos de la sangre. La complicación, en este caso, es que cuanto más lejano es el parentesco, menos eficacia tiene la prueba. Es decir que, si se tienen muestras de los papás y un hijo, es más directo, pero si no se tienen muestras de los papás, se pasa a depender de estudios de los abuelos o de parientes colaterales, tíos, primos, etc. lo que es más indirecto".

Penchaszadeh las contactó con prestigiosos hematólogos, como Fred Allen y el chileno Pablo Rubinstein. Allen escuchó a las Abuelas y les dijo: "Denme tiempo, yo me voy a ocupar y algo vamos a poder hacer". La misma respuesta escucharon un día después, en Washington, por parte de Eric Stover, director del programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS), quien les prometió profundizar los estudios para obtener el "índice de abuelidad". Hasta entonces todo era teórico, por lo que todavía había que trabajar mucho.

Tal como les habían adelantado Fred Allen, las Abuelas supieron que era posible establecer los lazos de parentesco con sus nietos a través del análisis de distintos tipos de marcadores genéticos. "El papá y la mamá no estaban, pero estaba la criatura -explica la Abuela Nélida Navajas-,y de la mamá estaban los abuelos, los tíos, los primos, y de la parte paterna lo mismo, podía faltar un abuelo pero había tíos y hermanos. Cuanta más sangre se obtuviera, mejor, esto era la histocompatibilidad".

La red de científicos que comprometieron su ayuda se fue ampliando, en particular con la integración de investigadores de primer nivel en los Estados Unidos, muchos de ellos latinoamericanos que trabajaban en importantes laboratorios.
Pero, mientras avanzaban los estudios de quienes se comprometieron con el tema, también avanzaba aceleradamente el desarrollo de la genética, sus métodos y aplicaciones. Así llegó la primera aplicación y, con ella, se sentó una base jurídica trascendental: en noviembre de 1984 las Abuelas presentaron el caso de Paula Eva Logares ante la Suprema Corte de Justicia de la República Argentina que, un mes más tarde, ordenó que Paula volviera con sus abuelos. La niña fue dada en guarda a su abuela Elsa. El caso de Paula fue el primero donde la filiación se comprobó a través de estudios genéticos.

Llega el momento de los consejos y moralejas: para aquellos a quienes les interese este tema, les recomendamos que lean el libro . El caso de Paula Logares, en el que el origen de la investigación científica es definido por quienes necesitan respuestas -aunque carezcan de conocimientos científicos- lleva a reflexionar sobre lo que se podría alcanzar si las universidades, el CONICET y otras instituciones, siguieran este ejemplo.

También sugerimos advertir que recurrir a la ciencia para encontrar la respuesta a un problema complejo no sucede sólo en casos tan sensibles como el relatado. Se repite, por ejemplo, en las empresas innovadoras, que crean sus propios departamentos de ‘investigación y desarrollo’ o contratan a las personas o instituciones que pueden acercarlas a la solución. Los elementos comunes y fundamentales son la imperiosa necesidad de encontrar una solución y la necesidad de la certeza de la misma.

En esta historia, la convicción fue fundamental, pero además demostró elu valor y la fuerza de sus protagonistas. Porque cuando comenzaron la búsqueda, el conocimiento científico todavía no alcanzaba para responderles pero insistieron durante varios años hasta que se demostró que la pregunta no era vana y que la ciencia ya estaba en condiciones de darles una respuesta.

 

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