En tiempos de Carlomagno las Ferias o Mercados eran la única distracción que se ofrecía a una sociedad inmovilizada en el trabajo de la tierra.
Incluso, aunque fueron creadas para cubrir las necesidades locales de la comarca, existió una medida al respecto, ésta "prohibía a los siervos vagar por el mercado "demostrando con esto que el ir al mercado tenía una connotación más social que económica, conducta absolutamente innata en el hombre.
En Chile, hasta 1910 la política de abasto privilegiaba los establecimientos municipales que eran supervisados por el Municipio, tales como La Vega central, El Mercado Central y el Matadero Municipal, sin embargo, el descontrol de los precios en los artículos de consumo básico de la población obligó a aceptar la instalación de la primera Feria Libre a modo experimental, y se ubicó en la ribera del río Mapocho entre la Avenida Independencia y el Puente de los tranvías. Sólo en diciembre del año de 1938 comenzaron a funcionar definitivamente.
“No falta el piropo a la casera o la yapa si se es curvilínea, es todo un paseo el ir a la Feria y toda dueña de casa se acicala habitualmente antes de ir a este tipo de Plaza Pública” Siempre están insertas en el tejido urbano, son todo un personaje y llegan a forman parte de folclore urbano, así como los cuidadores de autos, los malabaristas en los semáforos, los actores callejeros, los fotógrafos de plazas, los lustrabotas, los cartoneros, las estatuas vivas, y los músicos. Siempre ahí arreglándose la vida en los márgenes de la economía.
En Chile aparecen semanalmente en forma ordenada en las calles de cada población, son como gestos residuales de soberanía popular, en muchas ocasiones se encuentran hasta dos generaciones y siempre se trabaja, con un gran sentido comunitario y familiar.
Son viva demostración, de que la pobreza siempre ha sido capaz de generar su propio espacio público dejando huellas que se pueden encontrar no sólo en las veredas, sino en la historia misma de la ciudad capitalista occidental.
También son consideradas como una verdadera columna vertebral de la ciudad, nos abastecen de todo lo que necesitamos y nos llenan de aromas de perejil, de cilantro y laurel, prevaleciendo el aroma de cebollas y cebollines. Los colores de las flores son tan diversos como la cantidad de frutas que se ofrecen. Es un lugar que destila sencillez, autenticidad y espontaneidad.
Aunque la Modernidad haya escuchado la urgencia diaria del citadino centralizando la venta de alimentos perecibles y no perecibles bajo un mismo techo, los llamados Supermercados e Hipermercados, ir a abastecerse en la Feria Libre es un acto popular que no tiene parangón.
La Feria es un lugar de encuentro, de sociabilización, de recuperación del espacio público donde las personas del barrio alternan, donde los perros callejeros se congregan en espera atenta cerca de los puestos de carne o pescado, donde las verduras y frutas son voceadas con pregones populares, donde el coche no sólo lleva al bebé, donde el vendedor de libros platica la novela solicitada, los chistes recorren el espacio de un puesto a otro, la radio popular compite con el cantor y su guitarra que intentan poner un bolero en escena.
“No falta el piropo a la casera o la yapa si se es curvilínea, es todo un paseo el ir a la Feria y toda dueña de casa se acicala habitualmente antes de ir a este tipo de Plaza Pública.”
*Carmen Bustamante es Bachiller en Letras e imparte Cursos de Inglés en el Departamento de Educación Continua de la Universidad Santo Tomás. Actualmente presta servicios en la Secretaría Ejecutiva de Cumbres en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.
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