Cerrado por vacaciones

Este verano no es uno de tantos. Al menos para mi que he decidido cerrarme por vacaciones hasta que me de la gana. Eso no significa “dejación” de responsabilidades y similares. No, porque no puedo. Significa simplemente que no estoy para lo que no me importa. Significa que el tiempo sólo cuenta para las obligaciones inexcusables. Significa que no respondo al móvil, que no conduzco, que no hago la compra, que me transporto en el vaivén de una hoja , que me abandono en el susurro de una interminable tarde de calor y que dejo que mi mente se pare. Y yo me pierdo en un silencio sereno y fresco, aunque estemos a cuarenta grados a la sombra.

Lo primero en casa
El hogar y la sabia de vida que lo alimenta también tiene que cerrar por vacaciones. Eso significa que hay que purificarlo y oxigenarlo de todas las malas energías (si las hubiera habido) que lo hayan habitado a lo largo de todo el año. El hogar es nuestro sitio. Donde nos alimentamos y descansamos. Donde paramos a pensar y a no pensar. Por eso tiene que estar en paz y en orden. Según esté él así estás tu.

Como nos acoge soporta todas nuestras buenas/malas energías, y necesita de nuestra atención y cuidado para devolvernos armonía cuando nos salgamos de lo que somos.

Quiero vivir desde un claro sentimiento de plenitud siempre, así mi mente no deseará olvidarse de lo vivido cuando llegue a mayor y podre estar lúcida hasta el día en que tenga que irme. Ese es el final que no quiero perderme.El origen de la magia
Este asunto no tiene secretos. El cerebro es el ordenador más potente que existe en nuestro planeta. ¡Y cada ser humano tenemos el nuestro!. ¡Es fantástico!. Si a eso le sumamos el corazón, de fantástico me paso a fascinante. Y no me refiero a sus aspectos mecánicos, de lo que hablo es de otra cosa.

Más allá de lo que somos físicamente y de la realidad que podemos ver y tocar no sabemos que hay porque no lo vemos. Más allá, entramos en un ámbito en el que muchos dudan, por eso no hablaré de él. En el estar aquí y ahora sólo somos capaces de imaginar. De recrear mundos en nuestra mente. Esa es la parte que tiene que ver con el cerebro. La decisión del qué pensar es nuestra y de nadie más. Y esto nos hace infinitamente libres y poderosos.

El plus a lo de imaginar lo pone el otro órgano. Me refiero al corazón. Con un ejemplo se entenderá muy bien. Nelson Mandela supo ser libre en su celda de dos por dos durante treinta años de su vida. No sólo porque recreara en su mente la libertad de forma constante, sino también porque conectó su mente con su corazón. Este órgano es como un reflector que pone toda tu energía mirando hacia tu ser interior y profundo. Te conecta con tu espíritu y esa sí que es una buena pista de despegue para vivir en plenitud mal que le pese al resto del mundo.

El mundo
El mundo y yo nos llevamos bien. Por eso lo observo, lo conozco, me sorprende unas veces, otras me llena de felicidad, otras de tristeza. Me preocupa y me ocupo en echar una mano en lo que puedo y sé.

Y ante el mundo me pregunto: ¿Ser o estar?. Me quedo con ser. Por dos razones. Una de orden práctico: quien no es nunca se pierde el final. O lo que es lo mismo: quiero vivir desde un claro sentimiento de plenitud siempre, así mi mente no deseará olvidarse de lo vivido cuando llegue a mayor y podre estar lúcida hasta el día en que tenga que irme. Ese es el final que no quiero perderme.

La otra, de orden emocional: tengo el empeño de la trascendencia a mi manera. Y es que me satisface enormemente aportar valor cuando identifico que puedo hacerlo.

Y al mundo también le cierro por vacaciones. Nada sé de lo que va y viene porque he decidido sumergirme en estos días en el ir y venir de las horas haciendo simplemente lo que hay que hacer, sin más. Con la mente y el corazón meciéndose en la suave brisa de la tarde y atentos exclusivamente a lo que me importa.

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