Transformar un triste y sucio suceso real, publicado en la prensa de 1928, en un texto dramático de la grandeza del que nos ocupa es el testimonio irrebatible del genio de un poeta: Sublimar la realidad y elevarla al terreno del arte. Cinco años le llevó este proceso creativo, el resultado: una tragedia.
En su superficie rural pero ese realismo aparente es sólo el camino elegido para profundizar en un estilo muy extraño a la dramaturgia española: la tragedia. Y Lorca entra en ella plenamente, sin miedo: Utiliza la presencia constante de la fatalidad; el mal augurio lo presenta desde las primeras frases de la madre; el final catastrófico, irrevocable; unos personajes superiores, distanciados (la Luna, los leñadores, la muerte) y por encima de todo la fuerza motriz, que arrasa y pasa por encima de prejuicios, normas y represiones: la sexualidad.
Esa fuerza apasionada que vemos en Yerma, en Adela y tantos y tantos personajes y textos lorquianos, aquí cobra protagonismo absoluto porque se muestra desnuda, limpia, prácticamente sin anécdota, sin adornos. La poesía y la pasión auténtica de la obra es el vínculo del creador con el público: frente a «un teatro de corazones de serrín y diálogos a flor de dientes», como él criticaba ya en 1935, presenta un teatro carnal y enraizado en la tierra, de campos de rosas mojadas, del sufrimiento del labrador y de ese pájaro «herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido».
Dirección
José Carlos Plaza
Teatro María Guerrero: hasta el a 03.01.10
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