De repente

El otro día fui a un funeral. Era el funeral del hermano de una amiga. Murió durmiendo, un infarto a los 44 años. Durante la homilía el cura hablaba parsimoniosamente mientras  decía: Nos dejó de repente, le recordaba cariñosamente mientras volvía a decir: Se fue de repente, nos  agradecía amablemente la numerosa asistencia  mientras añadió otra vez: Murió de repente.

Y mientras el cura hablaba, recordaba y agradecía, y mientras lo hacía parsimoniosa, cariñosa y amablemente yo pensaba en lo que significa la palabra de repente, pensaba por qué motivo el cura la repetía tanto y pensaba que no me gustaría morirme de repente, que  no me gustaba la palabra de repente, ni las cosas que pasan de repente.

No me gustaría perder mi trabajo de repente, ni tampoco encontrar uno mucho mejor de repente.

 No me gustaría que mi marido me dejara de repente ni me gustaría irme con otro de repente.

No me gustaría hacerme millonaria de repente ni tampoco perder lo poco que tengo de repente.

Tampoco me gusta irme de repente, sin despedidas, sin palabras y sin gestos de las casas de mis amigos, ni de los de los trabajos que he tenido, ni de las fiestas a las que he asistido, ni de las vidas que he compartido…Ni tampoco me gustaría irme de repente, sin despedidas, sin palabras de este mundo que tanto me ha dado y que tanto  me gusta.

Pero no me gustan las cosas que pasan de repente. Porque lo que a mí me gusta quiero que dure Me gusta saborear poco a poco  de las cosas, disfrutar  poco a poco de los lugares. Me gusta querer poco a poco a las personas, sin prisas, sin agobios para que ese cariño dure más, para que poco a poco esas cosas, esos lugares y esas personas llenen mi vida, invadan mi espíritu y pueda descansar en ellas. De la misma forma que descansaba en los brazos de mi madre después de una eternidad en el colegio o de la misma forma que más tarde descansaba en los brazos de mi pareja después de una interminable jornada laboral.

Me gusta leer un libro poco a poco, subrayando lo que me gusta, repitiendo lo que me enternece y  memorizando lo que me emociona para luego…, poder recomendarlo.

Me gusta ver crecer a mis hijos poco a poco,  capturando los instantes, atrapando los momentos, fotografiando las escenas que más me conmueven para luego…., poder recordarlo.

Me gusta tomar café con mis amigas, prepararlo con cariño en la Nespresso,  acompañarlo con galletas de colores, saborearlo en la más bonita de las tazas que haya encontrado , endulzarlo con la conversación, y ahogar  las preocupaciones en el último poso del fondo  y así en ese preciso momento parar el tiempo y dejar todo lo demás para más tarde.

Pero no me gustan las cosas que pasan de repente. Porque lo que a mí me gusta quiero que dure. Quiero disfrutarlo poquito a poco, de la misma forma que disfruto de un rayo de sol  que tenuemente entra por la ventana, y tenuemente le sigo, y así empezamos el baile, el da un paso y yo otro, el se aleja y yo me acerco, es una baile lento, sinuoso y sugerente, nos rozamos pero nunca le miro a la cara, por el temor de quemarme los ojos en el mismo corazón del éxtasis. Y cuando el rayo se va, el baile se acaba,  no le he visto la cara pero al despedirse me guiña un ojo que da color a esa parcela de tiempo que vacila entre el día y la noche y ya no necesito nada más, porque lo tengo todo.  

Y esto es la mejor definición de la felicidad cuando sientes que lo que tienes o lo que haces reduce el mundo a la nada. Cuando ver un rayo de sol entrar por la ventana o tomar un café con una amiga reduce el mundo a la nada.

Y casi sin darme cuenta camino sobre las cenizas de mi juventud, sin quemarme, sin dolor pero sobre cenizas Y sin embargo, casi sin darme cuenta mis hijos se han hecho mayores, casi sin darme cuenta mi marido ha dejado de buscarme, casi sin darme cuenta mi jefes son más jóvenes que yo, casi sin darme cuenta mi madre que era la más joven, la más activa y la más alegre de las madres, que era la llama que siempre permanecía encendida en las noches de viento ahora se apaga lentamente. Casi sin darme cuenta  tengo arrugas en la cara y celulitis en todo el cuerpo,  porque casi sin darme cuenta han pasado cincuenta años. Y casi sin darme cuenta camino sobre las cenizas de mi juventud, sin quemarme, sin dolor pero sobre cenizas. Porque sin darme cuenta estaba soplando un fuego que ya se había apagado. Porque sin darme cuenta el viento de la realidad se había llevado el sueño de la juventud. Porque sin darme cuenta los años me han descubierto que el mundo del dolor estaba justo debajo del sueño.

Pero no me gusta las cosas que pasas de repente y cuando sople el viento de la realidad otra vez, súbita e inesperadamente, aunque tenga toda la fuerza de un tornado y la inmediatez de un relámpago no se llevara el sueño de mi madurez, el sueño de la segunda parte de mi vida, el sueño de disfrutar y vivir intensamente cada minuto, cada instante de esas cosas que más me gustan, de las cosas  que más feliz me hacen, de esa clase de miradas y palabras que hacen que te sientas diferente, que te sientas especial, esos detalles que hacen que diluyas los malos momentos en un océano de ilusión y de optimismo; esa clase de miradas y palabras, de esa clase de personas a las que quieres, que te quieren y que sientes que te cogen de la mano y te dicen, no te vayas: La vida está a tu lado.

 

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