Cuando hago sesiones de liderazgo femenino a menudo me preguntan ¿pero vamos hacia delante o hacia atrás? Avanzamos, pero es un camino largo y tortuoso, y la mujer está muy sola.
Nuestros políticos no ayudan, la crisis ha sido muy dura y ha sido inevitable apostar por el salario familiar, tal y como ya hicieran los sindicatos en la revolución industrial, o la dictadura franquista tras una guerra devastadora. Ambos en detrimento de la mujer, que es quien paga por ser la víctima de la brecha salarial. Nuestra herencia cultural está todavía muy lastrada por la desigualdad. Según la EPA en torno a las 400.000 mujeres trabajan a tiempo parcial debido al cuidado de dependientes u otros compromisos familiares, frente a los casi 15.000 varones.
En este caldo de cultivo con tanto desequilibrio, una ley de igualdad, deliberadamente diseñada para proteger la maternidad frente a la paternidad o la co-paternidad, es un boomerang letal para el liderazgo femenino. En este caldo de cultivo con tanto desequilibrio, una ley de igualdad, deliberadamente diseñada para proteger la maternidad frente a la paternidad o la co-paternidad, es un boomerang letal para el liderazgo femenino, que ni siquiera la vituperada discriminación positiva puede evitar.
La inclusión del servicio doméstico en el sistema general de la Seguridad Social, lo ha encarecido haciéndolo inaccesible para muchas mujeres trabajadoras, que optan por quedarse en casa. Pero también ha empobrecido a las trabajadoras domésticas, generalmente inmigrantes y mujeres, ya que el alto coste ha causado despidos, reducción de horas, más economía sumergida y por tanto, regresos masivos al país de origen. Han subido las cotizaciones pero no las contraprestaciones y además es una medida discriminadora de la familia ya que es un coste no desgravable.
El conveniente baile de cifras entre la EPA y el INEM y la oportuna actualización del Censo a los datos del 2011 en plena crisis, hacen invisibles las hordas de mujeres que han regresado a casa y que como ya no son buscadoras activas de trabajo,ya no engrosan la lista de desempleadas. Los hombres mientras tanto, culturalmente no pueden elegir y siguen apuntados al paro. Lo que no existe, no puede ser un problema, pero es que además con su éxodo al hogar contribuyen a paliar, mediante su trabajo gratuito, las deficiencias de una ley de dependencia que nació ya sentenciada.
El aumento de 8 a 12 años del blindaje ante el despido de la jornada reducida por maternidad es un caramelo envenenado que camufla menores cotizaciones a la Seguridad Social de cara a la jubilación; desprotege ante el divorcio ya que los jueces no dan pensiones compensatorias a mujeres con carrera. Aún cuando la combinación de edad y falta de experiencia es un billete seguro hacia la precariedad laboral y el desempleo. Y además, contribuye perpetuar la brecha salarial pues las mujeres con jornada reducida también ganan menos dinero por hora trabajada, según la EPA.
Daños colaterales, pero es que no hay frase menos electoral que el consabido “ tantos millones de parados y no sé cuantos miles de hogares con todos sus miembros desempleados”
En el hogar, el nuevo paradigma ya no establece roles prefijados y hay que ganarse el puesto negociando. Pero nuestra cultura tradicionalmente ha reservado a la mujer el papel de influir, no de negociar, ¡hasta nuestros hijos tienen mayor resiliencia y agresividad negociando… y son un poquitito más egoístas!, Además, el poder de negociación en casa está condicionado por el nivel salarial, y otra vez las mujeres se desangran por la maldita brecha.
Con este panorama afirmo que vamos adelante, sí, definitivamente. El cambio de un paradigma que ha durado miles de años, no se hará en un siglo y como cualquier proceso complicado, está sometido al necesario vaivén entre prueba y error. Y el error es aprendizaje que abona un nuevo avance. Ahora toca que las mujeres tomen nota y, ya que pueden elegir, que elijan mejor. ¡Viva la sabiduría popular sanluqueña hecha grafiti!
Mira a quien votas, con quien te juntas y ten claro que para negociar en el trabajo, primero tienes que negociar en casa. Y ¡sí! el dinero importa pues te da poder de negociación.